skip to main |
skip to sidebar
|
Hermes Augusto Costa |
|
Elísio Estanque |
El trabajo asalariado ha jugado un papel destacado en las sociedades industriales occidentales y lo continuará haciendo, no solo en el plano económico, sino sobre todo como sostén primordial de la cohesión social y del Estado de Derecho. Los progresos más importantes que se han logrado en los últimos 200 años, tales como la creación del Estado de Bienestar y sus notables conquistas en el área de los derechos humanos (por ejemplo, el trabajo digno y los derechos sociales) dan fe de la importancia de las luchas emprendidas por el trabajo organizado. Hoy, sin embargo, el problema principal radica en la inminente regresión civilizatoria que debemos enfrentar cuando nos encontramos al borde de un nuevo ciclo de barbarie similar a los tiempos de Marx (Estanque y Costa, 2013). En los últimos años, el contexto laboral portugués fue golpeado por la política de austeridad que se formalizó a partir de la presencia de la troika (Fondo Monetario Internacional (FMI)/ Banco Central Europeo (BCE)/ Comisión Europea (CE) en mayo de 2011, y se prolongó más allá de su retiro en mayo de 2014.
En el presente texto identificaremos primero algunos desafíos internos, que los sindicatos tendrán que enfrentar, así como las amenazas externas subyacentes a la política de austeridad. Expondremos asimismo algunas tareas para los sindicatos.
|
Eddie Cottle |
El edificio de la sede de la Unión Africana (UA) en Addis Abeba, una obra china recientemente terminada, es todo un símbolo del papel cambiante de China en África. La profundidad de las relaciones entre China y África se corresponde al papel de China como el principal aliado de la lucha anticolonialista de África y el primer país en apoyar los esfuerzos de reconstrucción de los nuevos estados africanos. El ejemplo más conocido es el ferrocarril que une Tanzania con Zambia (conocido como Tazara), con una extensión de 1.800 kilómetros que fue construido por alrededor de 50.000 ingenieros y trabajadores chinos en la década de 1970; durante la construcción 64 trabajadores perdieron la vida. China había concedido un préstamo sin interés de 400 millones de dólares para la construcción de la conexión ferroviaria, en momentos en que el país estaba más pobre que la mayoría de los países africanos.
Las inversiones chinas impulsan el crecimiento económico y la infraestructura africana
Debido a su rápido crecimiento la economía china se encuentra ante la necesidad de asegurar los recursos energéticos que garanticen la estabilidad de su desarrollo en el futuro. Por lo tanto, África sigue ocupando un lugar importante en la agenda de las inversiones chinas en ultramar. En julio de 2012, el presidente Hu Jintao se comprometió a otorgar 20 mil millones de dólares en préstamos para inversiones y proyectos de infraestructura lucrativos en África. El carácter incondicional de los préstamos chinos suscitó críticas y generó irritaciones entre los países occidentales. Dos años antes, en 2010, China y Ghana celebraron un acuerdo, por el cual se otorgó un préstamo por 13.1 mil millones de dólares, con un interés anual de apenas 2% y un plazo de 20 años. A raíz de estos acuerdos existe un temor creciente de que el mismo podría llevar a los países africanos a rechazar los préstamos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, así como otras formas de dependencia de Europa y Estados Unidos.
|
Brian Kohler |
El camino a la sostenibilidad
Los trabajadores y sus sindicatos aspiran a un futuro en el cual el medio ambiente esté protegido y las industrias sostenibles generen empleos decentes, seguros y saludables. Esto implica la introducción de cambios a los patrones de producción y consumo del presente. Si la sociedad pretende que los trabajadores y sus sindicatos cambien su forma de actuar en la actualidad, debe estar dispuesta a explicarles cómo estarán trabajando mañana. Más vale que la perspectiva sea buena; de lo contrario, la resistencia al cambio será abrumadora. Estamos ante el desafío de construir un puente que una el presente en el cual nos encontramos, con el futuro que debemos alcanzar. Una transición justa para los trabajadores, sus familias y sus comunidades son el prerrequisito fundamental del progreso hacia un futuro sostenible. Esta transición justa contaría con políticas industriales sostenibles, sistemas sólidos de protección social, y programas creativos para la modernización del mercado de trabajo.
|
Chris Bonner |
|
Jeffrey Vogt |
Antecedentes
En la fase inicial de la Conferencia Internacional del Trabajo (CIT) de 2012, los portavoces del Grupo de los Empleadores y del Grupo de los Trabajadores se reunieron para definir una “lista abreviada” de 25 casos tomados del informe anual de la Comisión de Expertos de la OIT, para su discusión por los mandantes tripartitos de la Comisión de Aplicación de Normas (CAN) de la conferencia en la semana siguiente. Sin previo aviso, el Grupo de los Empleadores se negó a aceptar una lista final abreviada negociada que comprendería todos los casos, respecto de los cuales el informe de la Comisión de Expertos contenía observaciones relativas al derecho a la huelga. El Grupo de los Empleadores (GE) solicitó asimismo un “aviso legal” con respecto al resumen general presentado por la Comisión de Expertos[1]. Ese descargo de responsabilidad tenía un doble propósito: disminuir la autoridad persuasiva de las observaciones hechas por la Comisión de Expertos fuera del ámbito de la OIT, e intentar el establecimiento de una superioridad jerárquica (inexistente) del órgano político, tripartito —la CAN— por sobre la comisión independiente de expertos.
|
João Antônio Felício |
En su documento de trabajo Working for the Few ("Trabajando para algunos pocos") la ONG británica Oxfam llamó la atención sobre una tendencia preocupante: El estudio mostró que la riqueza del 1% más rico del mundo asciende a 110 billones de dólares estadounidenses (inglés: US$ 110 trillion) - 65 veces la riqueza total de la mitad más pobre de la población mundial. En los últimos 25 años la riqueza se concentró cada vez más en las manos de algunos pocos; una elite minúscula se ha convertido en dueña de casi la mitad (46%) de la riqueza del mundo. Esta situación se ve agravada por el hecho de que la riqueza de la cúspide de la pirámide se origina sobre todo en ganancias de capital, de propiedades y de activos, pero no de salarios, como lo expuso hace poco el economista francés Thomas Piketty en su extraordinario libro Le capital au XXI siècle ("El capital en el siglo XXI"). Es inaceptable lo que ocurre hoy en día en las bolsas de valores de varios países: negocios de un volumen extraordinario que mueven sumas millonarias en el correr de un día están sujetos a impuestos bajísimos. La falta de impuestos sobre la herencia, el ingreso y las transacciones financieras internacionales contribuye a aumentar la desigualdad económica. Las estructuras de la economía actual consolidan y perpetúan las desigualdades y crean una nueva Belle Époque, en la cual el sistema del "capitalismo patrimonial" impone límites severos al ascenso de la clase trabajadora.
|
Ben Selwyn |
La cuestión del trabajo decente (DW, por su sigla en inglés) –el empleo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana– es sobre todo una cuestión de desarrollo humano. El Programa de trabajo decente (DWA, por su sigla en inglés) forma parte de los Objetivos de Desarrollo del Milenio; numerosos gobiernos del mundo han firmado los convenios más importantes, y las instituciones internacionales han incorporado el DWA a sus discursos sobre el desarrollo. A pesar de estos logros parece distante la posibilidad de que se alcance un régimen de Trabajo realmente decente (RDW, por su sigla en inglés) para la clase trabajadora del mundo. Esto se debe a varias razones, una de las cuales está relacionada con la naturaleza limitada y conservadora del DWA y la incapacidad de la OIT de establecer un vínculo conceptual entre el RDW y el proceso más amplio del desarrollo humano. La deficiencia del concepto de DW es el resultado de la incapacidad de sus autores de mirar más allá de la relación subordinada del trabajo frente a los estados y el capital. El DW no genera visión alguna de un mundo profundamente diferente, sino una versión mejorada del presente. Esta complacencia con el presente trae aparejada una profunda deficiencia teórico-conceptual en lo esencial del concepto de DW, al punto de socavar sus propios objetivos inmediatos. En otras palabras, a pesar de lo valioso de los esfuerzos de la OIT por promocionar el DW, su incapacidad de adoptar categorías teóricas capaces de explicar las razones subyacentes a la ausencia de trabajo decente, socavan su objetivo y perjudican los esfuerzos de la clase trabajadora, cuando intenta mejorar sus condiciones.
|
Heikki Patomäki |
En el mundo globalizado la cuestión de la solidaridad adquiere una nueva dimensión. La solidaridad transnacional aparece como la respuesta adecuada al poder de las compañías y el sistema financiero global. Numerosos analistas describen las formas en que los activistas cooperan por encima de las fronteras nacionales, creando redes, campañas y organizaciones. Sobran, sin embargo, los casos en que las nuevas formas de solidaridad se limitan a la resistencia contra las privatizaciones, la flexibilidad que acompaña las desregulaciones, y los recortes en los sistemas de bienestar. Al mismo tiempo, el campo emergente de la regulación transnacional del trabajo se limita por lo general al ámbito privado y voluntario. Por lo tanto, haría falta una concepción de la solidaridad más amplia y profunda.
Los significados de la solidaridad
La solidaridad es un concepto moderno. Está estrechamente vinculado al concepto jurídico de igualdad y el concepto político de democracia. En el movimiento obrero el concepto de solidaridad, a pesar de tener su origen en el ámbito legal y de usarse con finalidades múltiples, ha sido en su esencia también una forma de superar los dilemas relacionados con la organización de acciones colectivas. El concepto de igualdad política de la democracia burguesa de 1792 se convirtió en uno de los principios rectores de la emancipación social de los trabajadores apenas medio siglo más tarde. A partir de 1848 los activistas contemplaron a menudo una deuda social u obligación a la solidaridad, y cuando actuaron de conformidad con ella, lograron a veces ponerla parcialmente en práctica. En el mundo globalizado actual los intentos de crear y sostener movimientos sociopolíticos transformadores y de globalizar los sindicatos deberían caracterizarse por una puesta en práctica en este sentido, con base moral y orientación al futuro.
|
Vasco Pedrina[1] |
Desde los años 80 asistimos al avance político del neoliberalismo y su ola arrolladora de privatizaciones, desregulaciones del sector financiero y de las relaciones laborales, así como el desmantelamiento parcial de los sistemas de seguridad social. Esta ola fue seguida de la enorme expansión de los mercados financieros y sus excesos especulativos. Todo ello fue el resultado de una severa crisis económica que ha tenido un impacto social catastrófico y unas consecuencias políticas muy preocupantes, y que se caracterizó por el auge de los partidos populistas ultraderechistas. Como consecuencia, la Unión Europea, cuyo modelo social ha sufrido embates hasta ahora inimaginables, se encuentra al borde del colapso. Tal como lo pronosticó el gran historiador Eric Hobsbawm hace algunos años, poco antes de morir, estamos atravesando un ciclo prolongado de una crisis económica mundial. Lo acompaña el gran peligro de la renacionalización de los objetivos políticos que podría conducir nuevamente a las evoluciones extremas del siglo pasado, tan marcado por dos terribles guerras mundiales y las inconmensurables pérdidas humanas y sociales que las acompañaron.
Las tendencias de desequilibrio que marcan la actualidad se caracterizan por el cambio en las relaciones globales de poder:
- de la economía real y el estado-nación al capital financiero globalizado;
- del trabajo al capital; se ha perdido el equilibrio social de poder que se había construido después de la segunda Guerra Mundial bajo el lema: “¡Nunca más!”. Esta tendencia fue acompañada de crecientes desequilibrios económicos y sociales;
- desde los países industrializados del Norte (Estados Unidos, Europa/UE) hacia las economías emergentes del Sur (los países BRICS), lo que en muchos casos conllevó un debilitamiento dramático de los sindicatos en los países del hemisferio norte, el cual no fue compensado por el fortalecimiento de los sindicatos en los países del hemisferio sur.