Sue Ledwith |
Gaye Yilmaz |
Tal fue el caso de las 120 mujeres migrantes que entrevistamos para nuestro libro Migration and Domestic Work [Migración y trabajo doméstico]. Todas fueron trabajadoras domésticas en hogares privados de Londres, Berlín o Estambul. En su mayoría fueron musulmanas (52) o cristianas (44), además de algunas budistas, hindúes o paganas. Veinte mujeres habían perdido la fe en las dos religiones principales y se habían convertido al ateísmo.
La información se recopiló mediante entrevistas, visitas y observaciones que se llevaron a cabo en las tres ciudades: en las casas donde las mujeres estaban empleadas, en organizaciones étnicas y comunitarias y en agencias de empleo. Por su diseño la investigación apuntaba a que las mujeres contaran sus historias y establecieran sus agencias. Como finalidad adicional se buscaba explorar las solidaridades colectivas entre las mujeres migrantes. El conjunto de las entrevistadas incluía a mujeres kurdas, un grupo demasiado poco estudiado. Se generó una reciprocidad de investigación creativa gracias a que la investigadora Gaye Yilmaz impartía cursos de economía marxista en organizaciones comunitarias de Londres y Berlín.
Si bien la situación de las mujeres migrantes ya ha sido el objeto de numerosos estudios, el presente trabajo abre nuevas perspectivas al enfocar tanto los códigos culturales del patriarcado y de la religión como la forma en que la interacción entre ambos condiciona y acota la migración de las mujeres y su organización colectiva. La migración respondió a razones múltiples y complejas, siendo la más común el sueño de un futuro mejor. Otra razón destacada fue la necesidad de escapar de una guerra o un conflicto. En tercer lugar se ubicaban la familia y la unificación familiar. Resulta desconcertante que algunas mujeres debían abandonar sus actividades profesionales —para las cuales contaron con una formación universitaria— en sus países de origen, porque no les proporcionaban los medios necesarios para vivir, o porque se debían hacer cargo de las responsabilidades familiares. Fue igualmente desconcertante la costumbre de los integrantes masculinos de las familias de servirse de las remesas que las migrantes enviaron a sus hogares para comprar casas o coches. No quedó nada para las mujeres que habían facilitado el dinero. Independientemente de sus sueños de una vida mejor, todas terminaron como trabajadoras domésticas lejos de sus hogares. La mayoría mostró una movilidad descendiente.
Regímenes de género en casa y a lo lejos
Pudimos establecer que la vida de las mujeres estaba dominada por regímenes de género. En sus nuevos países de residencia los tradicionales roles de género en la casa fueron tan presentes como lo habían sido en la vida que habían dejado atrás. Casi siempre esos roles estaban vinculados a códigos religiosos: "En el islam las tareas del hogar son tareas de la mujer", dijo una mujer musulmana, mientras una mujer católica afirmó: "En casa las mujeres deben obedecer a sus maridos, deben hacer todas las tareas del hogar...". Las relaciones que vinculan la religión y el patriarcado son complejas, y si bien en algunos casos la migración había producido un debilitamiento de los lazos, casi todas las mujeres continuaron aceptando la posición de los hombres como sostén de la familia, aunque algunas dejaron constancia que no lo hicieron por exigencia de su religión en particular. Los códigos se extendieron a las mujeres divorciadas, solteras y ateístas, ilustrando así el peso de los roles de género tradicionales dentro y fuera del matrimonio.
La profundidad de las convicciones religiosas ha sido el elemento decisivo. Era más probable que quienes se declararon fuertemente religiosas mantuvieran las tradiciones patriarcales con independencia del país al que migraron. En cambio, quienes se declararon poco o nada religiosas estuvieron más dispuestas a cuestionar y desconocer esas normas de sesgo masculino. Las mujeres kurdas —un tercio de todas las entrevistadas— ocuparon un lugar destacado entre quienes las desafiaron. Asimismo estuvieron más propensas a involucrarse activamente en sus comunidades, y algunas de ellas tenían experiencia sindical. A partir de su lucha política estaban preparadas a trabajar por la igualdad de género, manifestando asimismo opiniones feministas. Este grupo representaba además la mitad de todas las ateístas. Más de la cuarta parte de las mujeres estaba divorciada, pero quienes tenían hijos a su cargo tuvieron que cumplir el papel tradicional de sostén único. No obstante, cumplieron mayoritariamente los roles asignados por género, aunque en algunos casos como una forma de mantener la paz en el hogar y para prevenir los abusos domésticos.
En esas relaciones domésticas solamente la mitad de las mujeres antepuso el apoyo a sus maridos, sus perspectivas laborales y su felicidad al suyo propio. Quienes dieron prioridad a sí mismas tuvieron mayores posibilidades de divorciarse y de ser más independientes.
El trabajo doméstico no pago tiene su continuación en el trabajo de limpieza y cuidados doméstico remunerado. Más del 80% de todas las trabajadoras de limpieza y cuidados son mujeres. El trabajo doméstico —mal pago, con largas jornadas laborales, peligroso— es un trabajo de mujeres. Esas mujeres están expuestas al abuso y a la explotación, y difíciles de sindicalizar.
Trabajo, idioma, identidad
A menudo las mujeres calificaron de difíciles sus condiciones de trabajo. Las agencias, los empleadores y los clientes las presionaron y empujaron en direcciones diferentes. El trabajo se experimentó como nada gratificante y, en algunos casos, odioso; una mujer kurda de Berlín declaró que "trabajar con cuerpos viejos hace que yo me sienta vieja". En Berlín casi todas las mujeres estaban ocupadas en el cuidado de ancianos. Recibieron capacitación, y su actividad estaba mejor regulada. En Londres y Estambul las tareas fueron más variadas. Las mujeres se desempeñaron sobre todo como limpiadoras, aunque cuidaron también a niños y ancianos. Les gustaba el cuidado de los niños a quienes querían, pero rechazaron a otras tareas: "Me estresa y me agota", y "...odio limpiar". El trabajo dejó sus secuelas en las mujeres, sobre todo aquellas de más de 40 años, de las que varias padecían serios problemas de salud.
El hecho de ser migrantes formó su sentido de identidad, al tiempo que constituyó la razón principal de su discriminación y definió su posición de clase. "Las trabajadoras migrantes de los cuidados y de la limpieza son tratadas como si fueran de clases inferiores". A esto se agregaron otros factores de identificación como el origen étnico y nacional. Si las mujeres fueron visiblemente diferentes —por su color de piel o por vestirse diferente, por ejemplo con un hijab— se las percibía como "otras" en el espacio público. El idioma jugó asimismo un papel muy significante. La fluidez en el manejo del idioma del país anfitrión fue determinante para su existencia como migrantes. A quienes tuvieron un manejo deficiente del idioma del país de acogida les resultó difícil acceder a asistencia médica. En cambio, la mejora de sus destrezas lingüísticas aumentó su autoestima y la imagen de sí mismas como migrantes, les ayudó en el camino hacia la integración y el sentido de pertenencia, con un resultado particularmente favorable para sus hijos.
Solidaridad colectiva
Hay fuertes evidencias de las dificultades que los sindicatos tradicionales enfrentan a la hora de organizar a trabajadores y trabajadoras migrantes. En cambio, resultaron más fructíferos los enfoques que se centraron en la organización a nivel comunitario, a veces en conjunto con organizaciones sindicales. Fue este el caso en el presente proyecto de investigación. En Berlín las mujeres se encontraron en las agencias de empleo, donde discutieron y compararon sus remuneraciones y sus trabajos y donde se ayudaron mutuamente con la traducción de los documentos como forma de solidaridad informal. Sin embargo, en las tres ciudades dependieron a menudo de grupos y redes étnicos comunitarios para encontrar trabajo y para el apoyo mutuo. Al contar con una base en las diásporas y en los aspectos de raza, etnicidad, política y religión se trataba de espacios importantes en términos de pertenencia e identidad. No obstante, algunas mujeres manifestaron críticas por la falta de información sobre sus derechos y posibilidades de afiliarse a una organización sindical. A eso se agrega que las normas patriarcales y religiosas comunitarias requerían a menudo el consentimiento de un familiar masculino para poder afiliarse: "El hecho que el islam exige el permiso del marido para la afiliación sindical tiene un efecto muy negativo para las mujeres trabajadoras". Pocas mujeres contaron con experiencias previas de sindicalización, tanto en su país de origen (11%) como en sus países de residencia actual (11%).
Los funcionarios sindicales enfatizaron el problema del acceso que se debe a la naturaleza privatizada del trabajo de las mujeres. Por lo general las mujeres compartieron esta opinión al afirmar que sabían poco o nada sobre los sindicatos. Un pequeño grupo de mujeres de Londres que tenía experiencias con sindicatos no sentía que las apoyaron. Otras temían que los sindicatos pondrían en peligro las complejas relaciones afectivas en que se encontraban como trabajadoras de cuidados. Asimismo se visualizaron algunas barreras prácticas. En Berlín las mujeres necesitaban una dirección y una cuenta bancaria para su afiliación sindical, algo especialmente difícil para migrantes recién llegadas. En Turquía los sindicatos no admitían migrantes. Los sindicatos tradicionales estaban conscientes de los problemas que las trabajadoras migrantes enfrentaban, pero, como lo explicó el presidente de la confederación sindical turca DISK, el trabajo doméstico individualizado con alta rotación de personal causaría dificultades para cualquier movimiento obrero altamente estructurado.
No obstante, después de familiarizarse con la idea algunas mujeres se mostraron interesadas en afiliarse y trabajar activamente. En Berlín más de la mitad preguntó a la investigadora a qué sindicato se deberían afiliar. En Londres abrimos la posibilidad de afiliarse a Unite the Union, un sindicato que hace muchos años comenzó a organizar los trabajadores migrantes.
Llegamos a la conclusión que los factores por los que las trabajadoras domésticas migrantes se ven impedidas a desarrollar la solidaridad colectiva y a sindicalizarse se asemejan a las barreras tradicionales que enfrentan las mujeres: vidas ambiciosas, en las que códigos patriarcales y religiosos cargan a las mujeres con las responsabilidades domésticas y familiares, combinadas con largas jornadas laborales que dejan poco tiempo para otras actividades. Sin embargo, existe un potencial de activistas, una posible vanguardia capaz de tender puentes entre individuos aislados o auto organizaciones informales y las comunidades y organizaciones sindicales. Las trabajadoras domésticas migrantes de otras ciudades lo han logrado, por lo que esperamos que gracias al presente estudio las mujeres estarán mejor informadas y dispuestas a ponerse en movimiento.
Gaye Yilmaz y Sue Ledwith se conocieron a través del grupo de estudios sobre género y sindicatos de los alumni de la Universidad Global del Trabajo, al que Gaye integraba como graduada del programa LPG 1 en Alemania, y cuya coordinación académica estaba en manos de Sue. Posteriormente, ambas participaron en un proyecto que culminó, en 2014, en la publicación de una colección de estudios preparados por integrantes del grupo: Akua O. Britwurm y Sue Ledwith (comps.) Visibility and Voice for Union Women: Country case studies from Global Labour University researchers [Visibilidad y voz para mujeres sindicalistas: estudios de caso por países de investigadoras e investigadores de la Universidad Global del Trabajo]. Sue intervino como coeditora y Gaye como contribuyente. En la actualidad Gaye trabaja como investigadora a tiempo parcial en la Universidad Bogazici de Estambul, mientras Sue se desempeñaba en el Colegio Ruskin de Oxford.
Referencias bibliográficas
Yilmaz, G. y Ledwith, S. (2017) Migration and domestic work: the collective organisation of women and their voices from the city [Migración y trabajo doméstico: organizaciones colectivas de mujeres y sus voces en la ciudad], Palgrave Macmillan, Londres.
Las opiniones expresadas en esta publicación no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Friedrich-Ebert-Stiftung.