Víctor Figueroa |
Una narrativa engañosa
Desde hace algunos años la ‘Cuarta Revolución Industrial' está en boca de todos, y con ella la preocupación por el ‘futuro del trabajo' que se expresa en titulares como: ‘En el sudeste de Asia millones de empleos se pierden por la automatización' (Cruickshank, 2016) o: ‘Adaptarse o morir: qué hacer, cuando los bots te quitan el trabajo' (Wall, 2016). Estos titulares contribuyen a que los sindicatos sigan enfocados en este aspecto del cambio tecnológico. Sin embargo, no es la primera vez que los trabajadores se enfrentan a pronósticos desoladores.
En las décadas de 1960 y 1980 existía una gran preocupación por la posible destrucción de empleos por la robotización y la microelectrónica. En retrospectiva constatamos cambios sustanciales en la economía, que incluyen la pérdida de empleo, pero también que el ritmo, la magnitud y el impacto del cambio no cumplió para nada las catastróficas previsiones iniciales. Hasta un determinado ritmo de cambio, los procesos de destrucción, cambio y creación de empleo se neutralizan. Y cuando la tecnología viene acompañada de inversiones, formación y compensaciones, sus peores efectos pueden ser reducidos en gran medida.
Hay poca evidencia para afirmar que los cambios tecnológicos que hoy están en discusión sean sustancialmente diferentes. La productividad, un indicador para medir el cambio tecnológico, no está aumentando (OCDE, 2018). De entre las llamativas aplicaciones tecnológicas nuevas, muchas son de escala menor. Algunos números indican, además, que en realidad la implementación de esas tecnologías incrementa los niveles de empleo (Arntz et al, 2018). Otros sostienen que incluso las pérdidas de trabajo más fuertes se mueven dentro de los márgenes de la tasa de cancelación de empleos en la economía global.
Las nuevas tecnologías conllevarán cambios en el conjunto de tareas que conforman muchos empleos. Algunas tareas se perderán, mientras otras surgirán. A nivel de la economía en su totalidad, algunos empleos se perderán, mientras la mayoría terminará transformándose. Y paulatinamente se crearán nuevos empleos. El impacto general dependerá sobre todo de los entornos regulatorios y las condiciones macroeconómicas, más que la simple existencia de una tecnología.
El mayor impacto de la tecnología
Esto no quiere decir que las nuevas tecnologías no afectarán a los trabajadores. Implantar sensores en bienes, equipos y herramientas, y su capacidad de comunicarse entre ellos, dará paso al ‘taylorismo digital', donde cada aspecto del proceso de trabajo, incluyendo el trabajador puede ser medido, al tiempo que las mediciones pueden ser usadas para obtener la mayor eficiencia posible. El peligro no surge tanto de la posibilidad de que los procesos sean plenamente automatizados, sino de que los trabajadores sean transformados en autómatas virtuales.
El acceso a los datos ha sido tradicionalmente difícil. En cambio hoy, la tecnología abrió la posibilidad de medir extensas áreas de la vida de una manera anteriormente impensable. Los datos sobre las personas, los procesos y el hardware se están convirtiendo en componentes que interconectan toda la economía. Algunos datos se proporcionan voluntariamente, como por ejemplo los datos que se entregan libremente a las plataformas, para su uso en la identificación y conformación de las tendencias de consumo. Otros datos se recogen, nos guste o no, en el trabajo o mediante tecnologías de supervisión. A menudo el acceso a un servicio se basa en la entrega de datos, por ejemplo cuando se descarga una aplicación al teléfono móvil, o cuando se usa una línea de ayuda telefónica. Por lo tanto, los datos en todas las formas desdibujan los límites previamente existentes entre los sectores económicos, pero también en lo económico, lo social y lo político.
Hoy en día, los datos generados en el mundo son recopilados en su mayoría por un puñado de empresas estadounidenses: Google, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple. Estas empresas crean o son propietarias de buena parte del hardware y el software que permite la recolección, el procesamiento y el análisis de datos. En sus servidores se almacenan incluso datos recogidos por otras empresas para el procesamiento con su propio software. Los datos se presentan en múltiples formatos y se recopilan en muchas plataformas. Sin embargo, todos los formatos pueden ser agregados, analizados y posteriormente usados como insumos para la acción; describen procesos de trabajo, sectores industriales, la economía en conjunto, pero también personas, grupos sociales, trabajadores y ciudadanos.
Todos estos datos son de propiedad privada, y se procesan para beneficio de privados. Esto los convierte en una mercancía, al igual que la capacidad de trabajo de los trabajadores. Es un producto adicional de la existencia de las personas que se escapa a su control y que puede ser usado en su contra. En la medida que la digitalización se expande y se crean cada vez más aplicaciones para ella, nuestra existencia y nuestro entorno están sujetos a mediciones crecientes. La cuestión será, de qué forma se usarán esas mediciones.
Los datos son asimismo la materia prima que alimenta la inteligencia artificial. Aún no hemos llegado al punto de que la inteligencia artificial sea usada para controlar los procesos de trabajo y para fijar los parámetros de ‘éxito'. Sin embargo, con los datos adecuados, la inteligencia artificial podría pronosticar la probabilidad de un conflicto laboral, enfermedades, la paternidad de un trabajador, etc. Pero, ¿quién se beneficiaría? ¿Cuáles serían los parámetros aplicables?
Escape al imperialismo digital
En el capitalismo los datos de la mayoría, concentrados en las manos de pocos y convertidos en mercancías, amenazan obviamente con suprimir por completo la autonomía de los trabajadores. Por lo tanto, las reglas relativas a la recolección, el uso y la propiedad de los datos se han convertido en una enorme preocupación para los trabajadores. Sin embargo, la esfera digital tiene carácter transnacional. En su formato digital los datos pueden viajar alrededor del mundo en milésimas de segundos, pueden ser almacenados en diferentes lugares, ni bien se generen.
Para poder controlar el uso de sus datos, los trabajadores deben ser capaces de ejercer ese control a nivel nacional. Para lograrlo, las normas laborales deben abarcar el monitoreo de los empleados y la tecnología de supervisión, pero también el almacenamiento de los datos. Por esto las propuestas de la OMC sobre comercio electrónico son tan peligrosas para los trabajadores. Al prohibir la transferencia de tecnología y el control del flujo de datos, manteniendo los algoritmos en secreto y eximiendo las empresas digitales de la obligación de registrarse en las agencias tributarias nacionales, estarían consagrando el acceso de las empresas digitales estadounidenses a la mayoría de los datos sobre los trabajadores del mundo, al tiempo que se consolidaría la ventaja tecnológica del mundo desarrollado.
Los trabajadores deben pensar en las formas de recolección y uso de datos que sean aceptables para ellos. Deberían poder decidir, quién almacena los datos, y dónde. Una solución lógica sería la creación de bases de datos a nivel nacional, cuyo acceso por las empresas u otros países fuera pago. Sin embargo, esto requeriría el establecimiento de plataformas digitales nacionales o, como alternativa, que las empresas tecnológicas existentes depositaran los datos recopilados en esas plataformas, sin copiarlos. Otra solución sería la introducción de firewalls para denegar el acceso a empresas que no paguen impuestos ni respeten la legislación sobre el uso de datos. La responsabilidad por los datos de los empleados podría asimismo extenderse a las empresas no tecnológicas. No será fácil establecer la soberanía digital, pero es sumamente necesario. La historia del mundo en desarrollo muestra un sinfín de ejemplos de lo que puede acontecer, cuando los gobiernos tratan de establecer su soberanía económica o política. Probablemente, la situación sea la misma en la esfera digital; la importancia de los datos nacionales como un recurso estratégico se revela precisamente en esta área. Si todos los datos relativos a la economía, el clima, el suelo, el código genético de la población y el ecosistema en general de un país se almacenan en el exterior, ese país será dependiente de quien tenga esos datos. Justamente los datos sobre las personas son la mayor fuente de vulnerabilidad de un país. Los datos sociales pueden operar como un examen de resonancia magnética de una sociedad: revelan sus fracturas, fisuras, puntos críticos y tensiones. Que una potencia enemiga tenga conocimiento de todo esto puede acarrear serias dificultades para cualquier gobierno.
Por lo tanto, hay razones fundadas para que los países en todo el mundo comiencen a controlar la producción, la recolección, el análisis y el uso de los datos. En realidad, ya han empezado, y hay dos grandes tendencias. En Europa y en el mundo occidental en general, el interés público se centra en la privacidad y los derechos de los ciudadanos individuales, siendo el ejemplo más avanzado el Registro General de Protección de Datos (RGPD) europeo. Además, se observa una clara tendencia hacia el control de la información como parte del debate sobre las ‘fake news', declaradas ilegales en Francia. En otras partes del mundo, en cambio, la primera prioridad no corresponde a la privacidad, sino a los efectos del control extranjero sobre los datos y la información en materia de seguridad. Vietnam, Irán, China y Cuba tienen firewalls y controlan el acceso a los medios sociales. En Rusia creció la preocupación después de una evaluación del papel de los medios sociales en las ‘revoluciones de colores' en Ucrania y las crisis de Libia y Siria. Hoy, los datos deben ser almacenados en Rusia, y los blogueros con muchos seguidores deben registrarse como medios informativos. También India insiste en el almacenamiento de los datos en el país. En resumen, la soberanía digital se considera, cada vez más, como un componente esencial de la seguridad nacional y del desarrollo económico justo. Sin ella no habrá garantías para un desarrollo equitativo ni tampoco para buenas condiciones de trabajo en el futuro.
Víctor Figueroa es investigador principal sobre nuevas tecnologías y el futuro del trabajo de la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte (ITF, por su sigla en inglés). En su trabajo examina las tendencias que se observan en la tecnología, la economía global y las relaciones internacionales, y el impacto que podrían tener sobre los trabajadores. Algunos estudios están disponibles en Medium: https://medium.com/me/stories/public. Víctor Figueroa es biógrafo de Salvador Allende.
Twitter: @DrFutureTech
Twitter: @DrFutureTech
Referencias bibliográficas
Arntz M., Gregory T., Zierahn U. (2018), Digitalisierung und die Zukunft der Arbeit: Makroökonomische Auswirkungen auf Beschäftigung, Arbeitslosigkeit und Löhne von morgen [La digitalización y el futuro del trabajo: efectos macroeconómicos sobre el empleo, la desocupación y los salarios del mañana], Mannheim: ZEW.
OECD [OCDE] (2018), OECD compendium of productivity indicators [Compendio de indicadores de productividad de la OCDE], París: OECD Publishing.
Wall (2018), ‘Adapt or die: how to cope when the bots take your job‘ [‘Adaptarse o morir: qué hacer, cuando los bots te quitan el trabajo‘], BBC News.
Las opiniones expresadas en esta publicación no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Friedrich-Ebert-Stiftung.