Jacob Carlos Lima |
Angela Maria Carneiro Araújo |
Marcia de Paula Leite |
Desde comienzos de la década de 2000 se ha desarrollado un intenso debate sobre el papel y la naturaleza del trabajo cooperativo en Brasil que refleja las múltiples facetas del mismo: como forma de bajar los costos y precarizar el trabajo; como vía alternativa hacia la creación de empleo y la generación de ingreso; y como forma democrática de organizar el trabajo a partir de los principios del cooperativismo y la autogestión.
Entre 2007 y 2011 estudiamos las experiencias de gestión de cooperativas creadas por autoridades locales, ONG y sindicatos en el estado brasileño de San Pablo (De Paula Leite et al, 2015) a partir de preguntas como las siguientes: ¿En qué medida las cooperativas y asociaciones pueden ser entendidas como formas de creación de empleo y generación de ingreso? Examinamos asimismo su capacidad de transformar las relaciones de género: ¿Quiénes son las mujeres y los hombres que trabajan en las cooperativas? ¿De qué manera esa forma de organización del trabajo afecta las relaciones de género en el lugar de trabajo?
Dadas las dificultades de contar con datos confiables y actualizados, organizamos un relevamiento del trabajo asociado en el estado de San Pablo y condujimos estudios de campo en varias unidades de economía solidaria.
El trabajo de investigación se centró en aquellos sectores de la economía solidaria que, según un relevamiento del estado de San Pablo, fueron los más representativos en términos de empleo, más específicamente reciclado, costura, artesanías, alimentos y `fábricas recuperadas´, es decir fábricas de las que los trabajadores se habían hecho cargo después de su cierre o ante la amenaza de cierre. El relevamiento consistió de una muestra de 107 emprendimientos, donde entrevistamos a los directivos y 466 trabajadoras y trabajadores. Mediante estudios de casos complementarios se intentó comprender quiénes fueron esos trabajadores, en qué condiciones vivían y trabajaban, y cómo percibían su trabajo. Se realizaron asimismo entrevistas a gerentes públicos, incubadoras de negocios y asociaciones representantes de la economía solidaria.
Según los datos del relevamiento predominan los trabajadores mayores. En el sector de fábricas recuperadas la mayoría son hombres, mientras las mujeres prevalecen en alimentos, artesanías, costura y reciclado. Por lo general, los ingresos se ubican por debajo del salario mínimo, con la excepción del sector de fábricas recuperadas, donde los trabajadores ganan en su mayoría entre dos y cuatro salarios mínimos. De esta manera se confirma lo revelado por los estudios de casos: el trabajo cooperativo constituye una alternativa importante para quienes otro tipo de inserción laboral resulta difícil. Anteriormente, muchos trabajadores habían tenido empleos precarios, a excepción de las fábricas recuperadas, donde en su mayoría habían ganado un salario. En este sector se reproducen las asimetrías de género que se observan en el mercado de trabajo formal; en las empresas las mujeres se concentran en los sectores de menores remuneraciones y las categorías de los ingresos más bajos. Además sus relaciones de trabajo suelen ser más precarias que aquellas de los hombres.
Los datos ponen de manifiesto una brecha entre los ideales del cooperativismo y las experiencias de los trabajadores en los emprendimientos. Los resultados del relevamiento muestran, por ejemplo, que no se otorga mayor importancia a la libertad y autonomía de los socios de las cooperativas. La brecha se repite en los bajos niveles de participación en las reuniones, sobre todo en los sectores de artesanías, costura y alimentos; en el papel disciplinador de los supervisores; en la baja participación de los socios de las cooperativas en actividades colectivas fuera del lugar de trabajo; en la baja consideración por la filosofía del cooperativismo; y en las escasas preferencias por el trabajo autónomo o en grupo a la hora de decidir a favor del trabajo en asociaciones o cooperativas.
No obstante, la gran mayoría de los trabajadores no cambiaría su puesto en la cooperativa por otro de igual remuneración en el mercado de trabajo formal. Como razones indicaron la ausencia de jefes y mayores niveles de libertad, pero también mayores niveles de estabilidad laboral en las cooperativas en comparación con el mercado formal. Es decir, si bien los cooperativistas no le asignan un valor importante a los principios del cooperativismo y la autogestión, sí otorgan un valor considerable a las libertades prácticas, a las cuales las mujeres le asignan un valor aún más elevado, porque les permiten compatibilizar el trabajo con sus responsabilidades relacionadas con el cuidado de familiares enfermos, lo que sería imposible en el mercado formal.
Identificamos tres grupos de trabajadores y trabajadoras. El primero, básicamente compuesto por mujeres, se dedica a oficios que requieren destrezas asociadas a la mujer o consideradas `naturalmente´ femeninas, como las artesanías, la costura y la preparación de alimentos. Por lo general, se trata de trabajadoras y trabajadores que fueron excluidos del mercado de trabajo y se integraron a experimentos para la generación de ingresos con bases organizativas débiles que a menudo contaron con apoyo eclesiástico. Esos emprendimientos suelen ser los más alejados de los ideales del cooperativismo y de la economía solidaria y se caracterizan por la gran autonomía de los integrantes de la cooperativa quienes a menudo trabajan a domicilio. A excepción de las cooperativas de costura, el trabajo que se lleva a cabo colectivamente se concentra más en el marketing que en la producción, especialmente en el sector de las artesanías.
En segundo lugar, la fuerza de trabajo mayoritariamente masculina de las fábricas recuperadas procedió del mercado formal y, a pesar de sus bajos niveles educativos, ya había ganado un salario en el momento, en que los emprendimientos retomaron sus actividades. Los experimentos más estructurados se encuentran en este sector, donde además se observan lazos bastante fuertes con el movimiento sindical, por lo menos durante la fase de recuperación inicial. Sin embargo, se trata de una relación con varias contradicciones, desde la organización sindical de los cooperativistas (una iniciativa propuesta por el movimiento sindical para facilitar la representación de los cooperativistas, una idea no plenamente aprobada por éstos) hasta las dificultades que las fábricas recuperadas tuvieron que enfrentar a la hora de incorporar las críticas sindicales relativas a la organización del trabajo y los sistemas tradicionales de remuneración de los trabajadores. Aún así, gracias a la vinculación con el movimiento sindical las fábricas recuperadas cuentan por lo menos con una estructura orgánica que no se observa en otros sectores.
Por último, el sector del reciclado reúne a trabajadores extremadamente excluidos en términos socioeconómicos, con antecedentes de desempleo, inactividad o formas de inserción sumamente precarias como la recolección de basura o el trabajo doméstico. En este sector la participación femenina se ubica levemente por encima de la masculina (en 54,6%, según nuestro relevamiento). La característica más destacada del sector es su capacidad de organización que se refleja en las acciones del Movimiento Nacional de Recolectores de Materiales Reciclables (MNCR, por su sigla en portugués), un movimiento social que no solo logró la regulación de esa actividad, sino también contribuyó a que se aprobara la Política nacional de residuos sólidos en agosto de 2012. Esta reconoce los derechos de los recolectores y propone apoyar y fortalecer las cooperativas existentes y organizar nuevas, mientras autoriza a las autoridades locales a firmar contratos con las cooperativas.
Identificamos tres grupos de trabajadores y trabajadoras. El primero, básicamente compuesto por mujeres, se dedica a oficios que requieren destrezas asociadas a la mujer o consideradas `naturalmente´ femeninas, como las artesanías, la costura y la preparación de alimentos. Por lo general, se trata de trabajadoras y trabajadores que fueron excluidos del mercado de trabajo y se integraron a experimentos para la generación de ingresos con bases organizativas débiles que a menudo contaron con apoyo eclesiástico. Esos emprendimientos suelen ser los más alejados de los ideales del cooperativismo y de la economía solidaria y se caracterizan por la gran autonomía de los integrantes de la cooperativa quienes a menudo trabajan a domicilio. A excepción de las cooperativas de costura, el trabajo que se lleva a cabo colectivamente se concentra más en el marketing que en la producción, especialmente en el sector de las artesanías.
En segundo lugar, la fuerza de trabajo mayoritariamente masculina de las fábricas recuperadas procedió del mercado formal y, a pesar de sus bajos niveles educativos, ya había ganado un salario en el momento, en que los emprendimientos retomaron sus actividades. Los experimentos más estructurados se encuentran en este sector, donde además se observan lazos bastante fuertes con el movimiento sindical, por lo menos durante la fase de recuperación inicial. Sin embargo, se trata de una relación con varias contradicciones, desde la organización sindical de los cooperativistas (una iniciativa propuesta por el movimiento sindical para facilitar la representación de los cooperativistas, una idea no plenamente aprobada por éstos) hasta las dificultades que las fábricas recuperadas tuvieron que enfrentar a la hora de incorporar las críticas sindicales relativas a la organización del trabajo y los sistemas tradicionales de remuneración de los trabajadores. Aún así, gracias a la vinculación con el movimiento sindical las fábricas recuperadas cuentan por lo menos con una estructura orgánica que no se observa en otros sectores.
Por último, el sector del reciclado reúne a trabajadores extremadamente excluidos en términos socioeconómicos, con antecedentes de desempleo, inactividad o formas de inserción sumamente precarias como la recolección de basura o el trabajo doméstico. En este sector la participación femenina se ubica levemente por encima de la masculina (en 54,6%, según nuestro relevamiento). La característica más destacada del sector es su capacidad de organización que se refleja en las acciones del Movimiento Nacional de Recolectores de Materiales Reciclables (MNCR, por su sigla en portugués), un movimiento social que no solo logró la regulación de esa actividad, sino también contribuyó a que se aprobara la Política nacional de residuos sólidos en agosto de 2012. Esta reconoce los derechos de los recolectores y propone apoyar y fortalecer las cooperativas existentes y organizar nuevas, mientras autoriza a las autoridades locales a firmar contratos con las cooperativas.
Las desigualdades de género y las divisiones del trabajo según líneas de género existentes en el mercado laboral formal se reproducen en los emprendimientos solidarios. Los sectores en los que se ejercen tareas similares a las aprendidas y desarrolladas en la esfera doméstica son definidos como más idóneos para mujeres. Como consecuencia, se genera una segregación de las mujeres que se concentran en los sectores de costura, alimentos y artesanías, y en las tareas que se consideran más livianas o en las cuales se requiere una mayor atención al detalle, como por ejemplo la clasificación en las plantas de reciclado. En cambio, los hombres son asignados a las fábricas recuperadas y a tareas que se consideran pesadas o que requieren fuerza física, como por ejemplo la compactación de residuos sólidos y el empacado de materiales reciclados. Cuadro 1 muestra la distribución por género en varios sectores:
Esta situación de segregación continua conlleva remuneraciones desiguales para hombres y mujeres en empresas mixtas en los sectores estudiados, así como la presencia femenina mayoritaria en empresas pequeñas que operan en condiciones precarias y enfrentan dificultades para su consolidación y expansión. Sin embargo, contrario a esta tendencia las mujeres están asumiendo posiciones de conducción y gestión en la mayoría de las empresas, incluso en algunas fábricas recuperadas con pocas mujeres trabajadoras. Las mujeres que ocupan esas posiciones han superado las relaciones de poder por las que tradicionalmente les fueron asignados los roles subordinados, y han comenzado a transitar por experiencias de aprendizaje, participación pública, intervenciones verbales en público y redefinición de su identidad y sus derechos de ciudadanía.
De esta manera, la economía solidaria reproduce muchas características del mercado laboral formal, aunque no cabe duda de que comprende un elemento de resistencia obrera, tanto a las situaciones de exclusión y desempleo como a la condición de subordinación propia del trabajo asalariado. Dicha resistencia se expresa en la lucha por la recuperación de fábricas bajo control obrero, la continuidad de los experimentos cooperativos y la voluntad de expresar opiniones, participar en la toma de decisiones y trabajar `sin jefes´.
El reconocimiento de la resistencia no debe esconder las dificultades y debilidades que aún deben ser superadas para que los emprendimientos solidarios logren su sostenibilidad y reproducción económica. Al parecer, los ideales de la autogestión y de la propiedad colectiva de los medios de producción no figuran entre las prioridades. En cambio, la autonomía del trabajo continúa formando parte de la idea de que los trabajadores sean sus propios jefes, aunque predomina la perspectiva empresarial por sobre la del trabajo colectivo.
Si bien el pesimismo de los críticos con respecto a la capacidad del movimiento solidario de alcanzar una economía diferente parece justificado, nuestra investigación deja en claro que no deberíamos ignorar su papel como una vía alternativa de inserción social para segmentos excluidos de la población. A pesar de los problemas las cooperativas y asociaciones representan un potencial de formas de trabajar más democráticas y de participación de los integrantes de las cooperativas, que no resulta para nada desdeñable. Sin embargo, esta capacidad no podrá sobrevivir, si no cuenta con el respaldo de un movimiento activo ni con el apoyo activo de las políticas públicas para mejorar las condiciones económicas de las empresas mediante préstamos, capacitaciones técnicas y el acceso al mercado público. La construcción de una nueva cultura de trabajo asociativo implica el fortalecimiento de la voluntad política de alcanzarla, y esta debe expresarse en políticas públicas que propongan cambiar las prioridades del desarrollo económico, dándole prioridad al trabajo por sobre el capital.
De esta manera, la economía solidaria reproduce muchas características del mercado laboral formal, aunque no cabe duda de que comprende un elemento de resistencia obrera, tanto a las situaciones de exclusión y desempleo como a la condición de subordinación propia del trabajo asalariado. Dicha resistencia se expresa en la lucha por la recuperación de fábricas bajo control obrero, la continuidad de los experimentos cooperativos y la voluntad de expresar opiniones, participar en la toma de decisiones y trabajar `sin jefes´.
El reconocimiento de la resistencia no debe esconder las dificultades y debilidades que aún deben ser superadas para que los emprendimientos solidarios logren su sostenibilidad y reproducción económica. Al parecer, los ideales de la autogestión y de la propiedad colectiva de los medios de producción no figuran entre las prioridades. En cambio, la autonomía del trabajo continúa formando parte de la idea de que los trabajadores sean sus propios jefes, aunque predomina la perspectiva empresarial por sobre la del trabajo colectivo.
Si bien el pesimismo de los críticos con respecto a la capacidad del movimiento solidario de alcanzar una economía diferente parece justificado, nuestra investigación deja en claro que no deberíamos ignorar su papel como una vía alternativa de inserción social para segmentos excluidos de la población. A pesar de los problemas las cooperativas y asociaciones representan un potencial de formas de trabajar más democráticas y de participación de los integrantes de las cooperativas, que no resulta para nada desdeñable. Sin embargo, esta capacidad no podrá sobrevivir, si no cuenta con el respaldo de un movimiento activo ni con el apoyo activo de las políticas públicas para mejorar las condiciones económicas de las empresas mediante préstamos, capacitaciones técnicas y el acceso al mercado público. La construcción de una nueva cultura de trabajo asociativo implica el fortalecimiento de la voluntad política de alcanzarla, y esta debe expresarse en políticas públicas que propongan cambiar las prioridades del desarrollo económico, dándole prioridad al trabajo por sobre el capital.
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Marcia de Paula Leite es profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Campinas (Unicamp), San Pablo, Brasil, así como coordinadora del Working Contradictions Project para Brazil.
Angela María Carneiro Araújo es profesora del Departamento de Ciencia Política del Instituto de Filosofía y Humanidades de Unicamp, San Pablo, Brasil.
Jacob Carlos Lima es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de San Carlos, San Pablo, Brasil.
Angela María Carneiro Araújo es profesora del Departamento de Ciencia Política del Instituto de Filosofía y Humanidades de Unicamp, San Pablo, Brasil.
Jacob Carlos Lima es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de San Carlos, San Pablo, Brasil.
Referencias
De Paula Leite, M., A. M. Carneiro Araújo y J. C. Lima (2015). O Trabalho Na Economia Solidária: Entre a Precariedade E a Emancipação. San Pablo: Annablume
Las opiniones expresadas en esta publicación no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Friedrich-Ebert-Stiftung.