Maria Helena dos Santos André |
En momentos en que Marine Le Pen está ante portas en París; en que los populistas xenófobos marchan por las calles de Dresde; en que el UKIP marca la pauta para una histeria antieuropea cada vez mayor en Londres; y en que en Helsinki el gobierno finlandés se ha convertido en el defensor más ferviente de más medidas de austeridad contra Grecia, por ninguna otra razón que el temor al éxito de los ”verdaderos finlandeses” en las urnas: en estos momentos el pueblo griego se sirvió de su voto para enviar una clara señal contra la continuidad de la austeridad y a favor de los valores europeos de la democracia, el Estado de bienestar, la tolerancia y la sociedad inclusiva.
Ha rechazado el régimen de los tecnócratas europeos e internacionales. Ha dicho que “no” a la oligarquía nacional en el poder cuya conducción llevó al país a la situación actual. Al mismo tiempo, ha resistido a los cantos de sirena de Amanecer Dorado. Ha confiado en un partido sin trayectoria ni experiencia de gobierno, un partido que presentó un programa electoral centrado en un mejor ejercicio del gobierno, más democracia, mayor justicia social y el fin de la política de austeridad que ha destruido la economía y generado niveles de pobreza sin precedentes, mientras la deuda pública (y privada) no ha dejado de crecer. Los votantes griegos han enviado un mensaje claro al resto de Europa: quieren formar parte de Europa, pero ya no soportan la austeridad; necesitan una solución sostenible a su problema de la deuda; quieren ser respetados como integrantes de la Unión Europea y jugar un papel activo en la búsqueda en común de la recuperación de Grecia y de Europa.
Europa no debería interpretar la victoria de Syriza como una amenaza. Por el contrario, debería ser vista como una clara señal del pueblo y como una oportunidad para Europa en su conjunto, de reconsiderar su respuesta a la crisis que ya ha precipitado al continente a lo que podría convertirse en una década de estancamiento deflacionario, a pesar de la última intervención del BCE. No existe una solución fácil a la profunda crisis de Europa; sin embargo, hay algo que no admite dudas: continuar una política que no da resultados porque se concentra exclusivamente en la prudencia fiscal es lo opuesto a lo que se debería hacer: dar prioridad al crecimiento, la inversión, el empleo y una política de redistribución.
Cualquier persona realista debe reconocer que Grecia no puede cumplir con el servicio de la carga tremenda de su deuda y, al mismo tiempo, lograr su recuperación económica y social. Si bien en algunas capitales europeas se continúe insistiendo en el servicio de la deuda sin una fuerte recuperación económica, este camino simplemente no va a funcionar. Una deuda imposible de pagar no dejará de ser impagable, porque los acreedores insisten en el pago.
Las crisis de la deuda en la Alemania del siglo pasado ofrecen algunas lecciones muy buenas al respecto. Después de la Primera Guerra Mundial, las potencias victoriosas insistieron en que Alemania pagase las reparaciones con indepen- dencia de su desempeño económico. Los resultados son bien conocidos: hiperinflación en los años 20 y una política de austeridad brutal al comienzo de los 30, que desembocó en el ascenso de Hitler, quien suspendió el servicio de toda la deuda externa, cuando llegó al poder. Luego de la Segunda Guerra Mundial las potencias aliadas reconocieron que Alemania debería recuperar su prosperidad primero, y pagar más adelante. Este razonamiento está en la base del acuerdo sobre la reestructuración de la deuda de 1953, uno de los más generosos de la historia, que condonó a más de 50% de la deuda alemana, extendió los plazos de pago a más de medio siglo y condicionó los pagos a la existencia de superávits comerciales. El último pago correspondiente a la Pri- mera Guerra Mundial se desembolsó recién en 2010, y en ningún momento los pagos excedieron el 5% de los ingresos de las exportaciones alemanas.
En varios países europeos el debate sobre la deuda se orienta además por parámetros éticomorales. Muchos sostienen que Grecia incurrió en el engaño cuando adhirió a la zona del euro, que actúa como parásito a expensas de los laboriosos europeos del norte, y que se le debe dar una lección en materia de responsabilidad financiera, etc. Pero los juicios no deberían orientarse en “crimen y castigo”, sino en la viabilidad económica y un futuro mejor. Si en 1953 la reestructuración de la deuda se hubiese orientado por consideraciones éticomorales, hubiera sido extremadamente difícil defender el alivio de la deu- da alemana. Sin embargo, en términos económicos, políticos y sociales fue lo correcto y terminó beneficiando no solo a Alemania, sino a Europa en su conjunto.
En términos absolutos, la deuda griega actual de 317 mil millones de euros se ubica 13 mil millones por debajo del monto que tenía hace menos de cinco años; sin embargo, a raíz del colapso económico se incrementó de 113% a 175% del PIB. Cualquier supuesto según el cual el servicio de esta deuda sería factible, es una ilusión. Esto debe ser reconocido por todas las partes interesadas en una solución, para convertirse en el punto de partida realista para renegociar la deuda.
Desde que existe el capitalismo nunca hubo un período de crecimiento que no hubiera terminado en una crisis, y jamás una crisis a la que no seguía una recuperación. La política debería reducir la gravedad de la crisis y acelerar la recuperación. En ambos aspectos la política de austeridad ha fracasado. No obstante, una serie de indicadores hace suponer que por fin la crisis en Grecia ha pasado por el punto más bajo, por lo que existe una posibilidad razonable de lograr una fuerte recuperación, si se aplican las políticas correctas para la reestructuración de la deuda y la inversión pública productiva. Bajar el desempleo y aumentar los ingresos debe tener prioridad frente al pago de la deuda. El crecimiento económico necesario no surgirá a partir del rápido aumento de las inversiones del sector privado, mientras existan los riesgos de una deuda insostenible y una posible cesación de pagos. Por lo tanto, la solución del problema de Grecia debe comenzar por la solución de la cuestión de la deuda, con un programa de fuertes inversiones públicas que lleve a la creación de más y mejores puestos de trabajo. Investigadores del Instituto de Economía Levy de Nueva York, quienes publican análisis estratégicos periódicos de la economía griega en cooperación con el Instituto de Trabajo de la Confedera- ción General de Trabajadores de Grecia, elaboraron un cálculo del impacto económico de un moderado programa de inversiones públicas financiado por la UE por un valor anual de 6.6 mil millones de euros, que se complementaría con una moratoria de la deuda, hasta que el país vuelva a los niveles del PIB real de 2010. Por cierto, esto no ofrecería una solución rápida a los problemas de Grecia. Sin embargo, encaminaría al país en la senda de un crecimiento muy su- perior al que permite la continuación de la política actual (cf. el escenario de la línea base de la gráfica).
Fuente: Dimitri Papadimitriou (2014, p. 8)[1]. |
El nuevo equipo tiene asimismo mejores posibilidades de inyectar nuevas energías a la sociedad y de poner fin a los intereses creados que hasta ahora a penas fueron tocados. El fortalecimiento de las instituciones, incluso de aquellas responsables por el diálogo social y las negociaciones colectivas, y la mejora de la participación ciudadana resultan esenciales para (re)construir la confianza en el Estado y la toma de las decisiones políticas. Se debe subsanar, con seriedad y a la brevedad, el error de haber desmantelado las relaciones laborales y el sistema de negociaciones colectivas para alcanzar mejores condiciones en el mercado de trabajo, mejorar los niveles de calidad y equidad en el empleo y lograr una distribución del ingreso más justa.
Si bien los desafíos de Grecia superan los de cualquier otro país europeo, no son únicos. En el sur de Europa, las políticas de austeridad fiscal, reducción de la inversión pública y recortes salariales han llevado a una situación de estanca- miento deflacionario, acompañado de niveles inaceptables de desempleo y de desigualdad creciente. La inyección de miles de millones de euros a la banca privada, a tasas de interés de algo más de cero por ciento, no logró disparar las inversiones reales privadas ni llegó a la economía real. Fue superior su impacto sobre el aumento del valor de los activos que sobre el crecimiento de los niveles de empleo. En una situación en que millones de personas se encuentran desocupadas y muchos gobiernos pueden tomar préstamos a tasas históricamente bajas, la causa de las inversiones en gran escala en la infraestructura y las redes públicas, así como en educación, investigación y desarrollo a nivel europeo se impone.
Por seis años las instituciones europeas e internacionales han sostenido que no había alternativas a la austeridad y que el pueblo griego pagaría un precio muy alto si decidiera abandonar las recetas políticas de la troika. Fiel al espíritu de Franklin Roosevelt, el pueblo griego decidió que “lo único que debemos temer es el miedo” y dio su confianza a una alternativa, a veces contradictoria en sus ideas, en lugar de continuar por el sendero ya conocido del fracaso. Ha creado expectativas y se merece el crédito de la duda, así como el apoyo de todos los interesados en un cambio político en Europa.
Debemos agradecer al pueblo griego porque incluyó la necesidad de cambiar el rumbo de la política económica firmemente en la agenda europea. Mucho está en juego. Cualquier fracaso en Grecia se interpretará como una reivindicación de la austeridad como única opción. Repercutiría negativamente en cualquier otra alternativa progresista en Europa. Quienes están convencidos de que Europa necesita un cambio no deben mantenerse al margen: deben compro- meterse apoyando los nuevos vientos de cambio.
[1] Dimitri Papadimitriou, 2014, “Is Greece Heading For a Recovery?”, en: Strategic Analysis, Instituto de Economía Levy, Bard College; disponible en http://www.levyinstitute.org/pubs/sa_gr_dec_14.pdf
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María Helena dos Santos André es directora de la Oficina de actividades para los trabajadores de la OIT y ex ministra de Trabajo de Portugal. Escribe a título personal.
Las opiniones expresadas en esta publicación no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Friedrich-Ebert-Stiftung.