Karin Astrid Siegmann |
Héroes de la crisis del coronavirus
Entre los aplausos colectivos a enfermeras y enfermeros y los avisos de radio resaltando el papel de las trabajadoras domésticas en la contención del coronavirus se olvida con facilidad que la fuerza de trabajo esencial de hoy ha sido el precariado de la normalidad de antes. En todo el mundo las y los trabajadores de los cuidados y la alimentación se ubican en los escalones sociales y salariales más bajos. Por ejemplo, en Paquistán la enorme fuerza de trabajo informal de la agricultura y los servicios domésticos solo puede soñar de ganar el salario mínimo. En el caso de las trabajadoras, la brecha salarial de género agrava aún más la pobreza por ingresos. Desde la década de 1990 se reconoce la incidencia clave de las “mujeres trabajadoras de la salud” en la mejora de los indicadores de la salud materna e infantil. Sin embargo, a lo largo de muchos años, dichas profesionales médicas de importancia fundamental percibieron “becas” equivalentes a medio salario mínimo y no se les ofrecieron contratos de trabajo regulares como en el caso de otras trabajadoras públicas.
Este patrón no difiere mucho del predominante en el país rico en que vivo, los Países Bajos. En este caso la fuerza laboral de la granja es mayoritariamente oriunda de Europa central y oriental y trabaja sobre la base de contratos de cero horas. Gracias al duro trabajo que realizan en el sector hortícola los ingresos de las exportaciones agrícolas del país se ubican en el segundo lugar del mundo. No obstante, sus contratos de trabajo no estipulan garantías de empleo ni de ingreso. Muchas trabajadoras domésticas que se encargan de la crianza de los hijos de empleadores holandeses o de los cuidados de personas mayores son migrantes sin documentos, cuya situación legal precaria les impide hacer valer los pocos derechos de protección social que les corresponden. El estatus de su trabajo se ubica en el último lugar de las clasificaciones corrientes de prestigio ocupacional. Solamente las trabajadoras sexuales sufren un estigma social aún peor, a pesar de que su trabajo satisface el “hambre de piel” humano que se ha convertido en una verdadera hambruna en el contexto de la cuarentena para la prevención del coronavirus.
La crisis del coronavirus agrava la precariedad de las y los trabajadores esenciales
Mientras los aplausos simbólicos y literales a las y los trabajadores esenciales revelan un cierto reconocimiento de su importancia, en realidad, la crisis del coronavirus agrava aún más la situación precaria de dichos trabajadores.
Por regla general, la carga laboral adicional del personal médico o de las trabajadoras domésticas por brindar cuidados de emergencia de calidad a las personas infectadas y seguir las reglas de limpieza e higiene necesarias para prevenir la propagación de la pandemia no es compensada por el pago de las horas extraordinarias. Las mujeres trabajadoras de la salud de Paquistán hasta sufrieron recortes de sus míseras compensaciones. Además, muchas trabajadoras domésticas y sexuales migrantes perdieron sus empleos, pero el estigma vinculado a su estatus legal o su ocupación implican que no tienen derecho a recibir los paquetes de asistencia gubernamental. Las y los trabajadores migrantes de la alimentación enfrentan una encrucijada cruel, entre el contagio en los lugares de trabajo, en los medios de transporte abarrotados y en alojamientos repletos que hacen imposible el distanciamiento social, por un lado, y la pérdida de su empleo y sustento, por el otro. Leyva del Río y Medappa (2020) tienen razón al concluir que “las y los `héroes´ de esta crisis, las personas que sostienen nuestras vidas, apenas están en condiciones de sostenerse a sí mismas.”
Si bien en la actualidad muchos observadores insisten en la revaloración del trabajo esencial en la nueva “normalidad”[2] post coronavirus, los ejemplos que acabamos de mencionar demuestran que probablemente esto no será una consecuencia automática del nuevo reconocimiento simbólico de la importancia de la alimentación y los cuidados para nuestro bienestar. Al contrario, parecen indicar que la crisis en curso profundizará aún más la erosión de las actividades que sostienen la vida.
¿Cómo se podrá lograr tal revaloración?
Revalorar el trabajo esencial a partir de la interconexión de las luchas
Históricamente, las mejoras salariales, de protección social y de reconocimiento fueron el resultado de las luchas obreras colectivas. Hoy, al caerse por las grietas del apoyo gubernamental tanto en los países ricos como en los pobres, las y los trabajadores esenciales hacen lo mismo. Por ejemplo, en Bogotá, la capital de Colombia, el sindicato de las y los trabajadores sexuales, Sitrasexco, luchan contra la pobreza de sus integrantes que perdieron el trabajo por las medidas de prevención contra el coronavirus distribuyendo alimentos y bienes de necesidad diaria. En los Países Bajos organizaciones de trabajadoras migrantes y trabajadoras sexuales crearon fondos de emergencia y pidieron a las y los clientes que mantengan su apoyo durante la crisis. Reclamaron asimismo que el gobierno holandés garantice la cobertura social de dichas trabajadoras con independencia de su estatus de inmigrante y su situación de empleo. Las y los trabajadores a cargo de la limpieza de las calles de Mumbai recurrieron a los tribunales para reclamar que las empresas y el gobierno les entreguen equipos de protección para el trabajo.
La intervención de organizaciones aliadas puede fortalecer tales redes interseccionales de trabajadoras y trabajadores esenciales. Un ejemplo de esto son las redes feministas que apoyan los reclamos de trabajadoras domésticas y sexuales por igual, por - que la falta de reconocimiento de esas ocupaciones está arraiga - da en estructuras de género que devalúan el trabajo feminizado así como en jerarquías sexuales que estigmatizan determinadas sexualidades más allá de la esfera privada, no remunerada. Asimismo, asociaciones de migrantes, grupos antirracistas y grupos de derechos humanos se han posicionado como los aliados naturales de las y los trabajadores migrantes que, por otra parte, están sobrerrepresentados en todos los grupos de trabajadoras y trabajadores esenciales, mientras los prejuicios muy difundidos contra las personas que no cuenten con la ciudadanía del país, sean de raza diferente y tengan un estilo de vida no sedentario son aprovechados para justificar sus salarios y estándares laborales bajos. El papel que una red de aliadas de las y los trabajadores agrícolas migrantes de la Unión Europea desempeñó recientemente puede servir de ejemplo. Amplificó las voces de las y los trabajadores agrícolas y sus reclamos ante los gobiernos de la UE exigiendo “alojamientos dignos, acceso al agua potable, pruebas rápidas y la entrega de equipos protectores para quienes trabajan en los campos y plantas de procesamiento europeos” así como el pago de subsidios por enfermedad en el contexto a corto plazo del covid-19. Proponen asimismo que a mediano plazo los subsidios agrícolas de la UE sean condicionados al cumplimiento de las normas laborales (más inclusivas), los estándares sociales y los convenios laborales colectivos.
Dado las coincidencias entre las preocupaciones, encararlas en red puede resultar en que dichas luchas tengan un gran potencial de configurar un futuro post corona en el que las y los trabajadores esenciales reciban el reconocimiento que merecen. El llamado a escuchar sus opiniones y a integrarlas a las reformas para profundizar la justicia laboral y avanzar hacia una sociedad con mayores niveles de empatía constituye el punto de partida que muchas organizaciones de trabajadores de alimentación y cuidados comparten. En general, están de acuerdo en que las jerarquías entrecruzadas de género, raza, sexualidad y estatus migratorio que condicionan la precariedad de su trabajo y su vida deben ser encaradas de frente mediante movimientos hacia la profundización de los derechos y su cumplimiento. Por último, el coro de las voces diversas, aunque unidas de las y los trabajadores esenciales tendrá más posibilidades de amplificar sus reclamos de reconocimiento, condiciones laborales dignas y protección social inclusiva para todas y todos los trabajadores… y suscitar repuestas públicas positivas.
Las sugerencias que se acaban a exponer no constituyen una utopía ajena al mundo; reflejan prácticas alentadoras ya existentes. Hace algunos años pregunté a una trabajadora doméstica mexicana de Texas, por qué había viajado hasta Ohio para participar en una manifestación de una organización que reclamaba justicia para las y los trabajadores agrícolas migrantes de Florida. Su respuesta: “Ellas apoyan nuestras luchas, nosotras apoyamos las suyas.” Las unía la reivindicación que las personas deben valorarse por encima de las ganancias.
He aquí algunos puntos de partida acerca de cómo la crisis del coronavirus en curso puede enseñarle a la sociedad quiénes son las personas cuyo trabajo importa más para seres humanos con empatía. No perdamos esta oportunidad.
[1] La autora agradece los comentarios detallados de Thierry Schaffauser, Sreereka Mullassery Sattiama y Shikha Sethia a las versiones preliminares de esta nota. Mis agradecimientos a Lize Swartz por la cuidadosa edición.
[2] Resulta alentador saber que un variado grupo de colegas formule y comparta ideas similares (v. g. Leyva del Río y Medappa (2020), Mezzadri (2020)). Las ideas expuestas coinciden con las reivindicaciones exigiendo visiones de mayor alcance para escenarios post coronavirus sostenibles y las especifican (cfr. e. g. Burrow (2020), Feminisms and Degrowth Alliance (2020), Group of Academics at Dutch Universities (2020)).
Karin Astrid Siegmann se desempeña como profesora adjunta de economía de trabajo y de género en el Instituto Internacional de Estudios Sociales (ISS, por su sigla en inglés). Está interesada en entender de qué manera las y los trabajadores precarios desafían y cambian las estructuras sociales, económicas y política que marginan al trabajo.
Referencias
Burrow, S. (2020) “A New Social Contract can Rebuild our Workplaces and Economies after COVID-19” [“Un nuevo contrato social puede reconstruir nuestros lugares de trabajo y nuestras economías después de covid-19”]. Medium, 18 de marzo.
Feminisms and Degrowth Alliance (2020) “Collaborative Feminist Degrowth: Pandemic as an Opening for a Care-Full Radical Transformation“ [“Decrecimiento feminista colaborativo: la pandemia como acceso a una transformación radical basada en el cuidado”].
Group of Academics at Dutch Universities (2020) “Planning for Post- Corona: A Call for Post-Neoliberal Development” [“Planear el tiempo post corona: un llamado por un desarrollo post neoliberal”].
Leyva del Río y Medappa (2020) “Essential Workers of the World Unite!” [“¡Trabajadoras y trabajadores del mundo, uníos!”]. ROAR, 17 de abril.
Mezzadri (2020) “A Crisis Like no Other: Social Reproduction and the Regeneration of Capitalist Life During the COVID-19 Pandemic” [“Una crisis como nunca antes: reproducción social y regeneración de la vida capitalista durante la pandemia del covid-19”]. Developing Economics, 20 de abril.
Una versión abreviada de esta columna fue publicada por el Instituto Internacional de Estudios Sociales de la Universidad Erasmus de Rotterdam (ISS), como contribución a su blog sobre desarrollo global y justicia social (blISS).
Las opiniones expresadas en esta publicación no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Friedrich-Ebert-Stiftung.