Markus Wissen y Ulrich Brand |
El economista francés Alain Lipietz (2000) ha observado que en el capitalismo existe una fuerte similitud entre los aspectos sociales y ecológicos. Al igual que la naturaleza, los trabajadores son afectados por las tendencias a la expansión de la producción y la creación de valor capitalistas. Por lo tanto, es del interés de ambos, los trabajadores y la protección ambiental, contener o superar esas tendencias.
Sin embargo, este es tan solo un lado de la moneda. El otro lo constituye la relación más contradictoria entre el trabajo y el medio ambiente, sobre todo con respecto a los países de industrialización temprana: la reproducción misma de la clase trabajadora como parte de las sociedades capitalistas del Norte Global se apoya en la destrucción socio-ambiental. (Con esto no estamos negando que el impacto ambiental de los ricos supera largamente al de las clases subalternas).
El acuerdo fundamental entre el trabajo y el capital está basado en la disposición del trabajo de aceptar su subordinación al capital, a condición de su participación en el incremento del bienestar material posibilitado por la economía capitalista en crecimiento. Sin embargo, el crecimiento de bienestar implica el acceso a los recursos y su extracción. Esto genera emisiones que deben ser absorbidas por sumideros naturales (como por ejemplo los bosques y océanos en el caso del CO2), además de significar la explotación del trabajo en otras partes del mundo.