Ben Selwyn |
La cuestión del trabajo decente (DW, por su sigla en inglés) –el empleo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana– es sobre todo una cuestión de desarrollo humano. El Programa de trabajo decente (DWA, por su sigla en inglés) forma parte de los Objetivos de Desarrollo del Milenio; numerosos gobiernos del mundo han firmado los convenios más importantes, y las instituciones internacionales han incorporado el DWA a sus discursos sobre el desarrollo. A pesar de estos logros parece distante la posibilidad de que se alcance un régimen de Trabajo realmente decente (RDW, por su sigla en inglés) para la clase trabajadora del mundo. Esto se debe a varias razones, una de las cuales está relacionada con la naturaleza limitada y conservadora del DWA y la incapacidad de la OIT de establecer un vínculo conceptual entre el RDW y el proceso más amplio del desarrollo humano. La deficiencia del concepto de DW es el resultado de la incapacidad de sus autores de mirar más allá de la relación subordinada del trabajo frente a los estados y el capital. El DW no genera visión alguna de un mundo profundamente diferente, sino una versión mejorada del presente. Esta complacencia con el presente trae aparejada una profunda deficiencia teórico-conceptual en lo esencial del concepto de DW, al punto de socavar sus propios objetivos inmediatos. En otras palabras, a pesar de lo valioso de los esfuerzos de la OIT por promocionar el DW, su incapacidad de adoptar categorías teóricas capaces de explicar las razones subyacentes a la ausencia de trabajo decente, socavan su objetivo y perjudican los esfuerzos de la clase trabajadora, cuando intenta mejorar sus condiciones.