Vasco Pedrina[1] |
Desde los años 80 asistimos al avance político del neoliberalismo y su ola arrolladora de privatizaciones, desregulaciones del sector financiero y de las relaciones laborales, así como el desmantelamiento parcial de los sistemas de seguridad social. Esta ola fue seguida de la enorme expansión de los mercados financieros y sus excesos especulativos. Todo ello fue el resultado de una severa crisis económica que ha tenido un impacto social catastrófico y unas consecuencias políticas muy preocupantes, y que se caracterizó por el auge de los partidos populistas ultraderechistas. Como consecuencia, la Unión Europea, cuyo modelo social ha sufrido embates hasta ahora inimaginables, se encuentra al borde del colapso. Tal como lo pronosticó el gran historiador Eric Hobsbawm hace algunos años, poco antes de morir, estamos atravesando un ciclo prolongado de una crisis económica mundial. Lo acompaña el gran peligro de la renacionalización de los objetivos políticos que podría conducir nuevamente a las evoluciones extremas del siglo pasado, tan marcado por dos terribles guerras mundiales y las inconmensurables pérdidas humanas y sociales que las acompañaron.
Las tendencias de desequilibrio que marcan la actualidad se caracterizan por el cambio en las relaciones globales de poder:
- de la economía real y el estado-nación al capital financiero globalizado;
- del trabajo al capital; se ha perdido el equilibrio social de poder que se había construido después de la segunda Guerra Mundial bajo el lema: “¡Nunca más!”. Esta tendencia fue acompañada de crecientes desequilibrios económicos y sociales;
- desde los países industrializados del Norte (Estados Unidos, Europa/UE) hacia las economías emergentes del Sur (los países BRICS), lo que en muchos casos conllevó un debilitamiento dramático de los sindicatos en los países del hemisferio norte, el cual no fue compensado por el fortalecimiento de los sindicatos en los países del hemisferio sur.