Michael Fichter |
Durante las décadas pasadas de globalización económica los sindicatos en todo el mundo estuvieron a la defensiva; su papel como voceros de los intereses políticos y económicos de la gente trabajadora quedó marginado. En un clima marcado por la contratación externa, el offshoring, la flexibilización del empleo y el trabajo informal, la pérdida del poder sindical se acentuó, junto con la desregulación de los mercados de trabajo para dar lugar al trabajo contratado y una creciente precariedad, es decir la “trampa triangular”.[1]
Mientras los sindicatos continuaban, por un lado, su lucha por la protección de los derechos de regulación en las áreas de su competencia a nivel nacional, que habían conseguido con tanto esfuerzo, empezaron, por el otro, a identificar posibles vías internacionales de combate a la competencia internacional sin límites, alimentada por una carrera hacia abajo de los costos laborales. El desafío consiste en desarrollar una estrategia que pueda servir como respuesta política y organizativa al dilema que los sindicatos enfrentan, a saber, cómo lograr que el poder de los sindicatos, en tanto entidades organizadas a nivel local y nacional, pueda influir para subsanar la falta de regulación transnacional de las relaciones laborales.